Nairobi, diciembre 31 de 2020.
Hace mucho dejé de creer que el cambio de año cambia la vida, tal vez la razón era ver a mi familia destrozada por la resaca el primero de enero después de haberse prometido, entre lágrimas y abrazos estrujados, que todo iba a ser diferente, que todo iba a ser mejor en ese año que otra vez empezaba. ¿Cómo carajos algo iba a cambiar si cada año empezaba exactamente igual al anterior?
El primero de enero de este 2020 desperté temprano, fresco y lejos de cualquier arrepentimiento, pero invadido por una nostalgia y un dolor que ya eran una constante de la que hace un tiempo, no sé cuánto, no podía librarme. Así, hastiado por la desazón, me repetí hasta convencerme de que el nuevo año era un pretexto, uno perfecto, para darle le mano a mi sombra, abrazarla y usarla como camino a una vuelta a la vida.
Tomé mi teléfono al pararme de la cama para tomar una foto de esa increíble vista al Great Rift Valley que tenía en frente a la ventana de esa casa que habíamos rentado para pasar el fin de año. Era una foto para enviarla a mi familia y amigos en Colombia que, ocho horas atrás, apenas se alistaban para la llegada del año en el que yo ya estaba y decirles que sí, que desde el futuro les aseguraba que sí era posible pensar en que empezaba un año mejor y, por error, disparé un par de clips en video. Dos clips accidentales que, sin importar la calidad de ese teléfono, me hicieron recordar el consejo que me dio Jonas Mekas el día en que lo conocí: "Hay que filmar algo, lo más pequeño, lo invisible de cada día.". Asumí entonces ese accidente y ese recuerdo como el inicio de una promesa por cumplir. Así, reconociendo mi capacidad de soñar y la incapacidad de concretar, tuve que hacer públicos los videos de enero 1 y 2 prometiéndome cumplir con el compromiso de hacer 364 más durante el resto del año. Era importante que alguien me preguntara cada día por el video y tener que responder, tener que presionarme en un 2020 favorable para este ejercicio al prometerme viajes, festivales de cine, paisajes y muchos más sets para grabar no sólo en Kenia, sino en más países de África y que, a la vez, terminó siendo el año con el punto de giro más inesperado, un año que me puso a mirar a otras partes en el encierro pero, sobre todo, a mirarme de cerca mientras pasaban lo 366 días más turbulentos de mi existencia.
Por un comienzo en el desamor, por los intentos de recuperarlo, por lo encontrado; por las decisiones frontales, por las cada vez más frecuentes risas, abrazos y enseñanzas con Mateo y Lucas; por haber visto por fin mis imágenes y sonidos proyectados en una sala de cine llena de familia, amistades y amor; por el fin de un ciclo de terapia; por la vuelta de la piel, el deseo y un sentirme amado que estaba perdido en la tristeza; por la cuarentena, por mi guion, por no haber dejado de rodar a pesar de la crisis mundial y las barreras culturales y de idioma; por abrazar a mis demonios y crecer con ellos; por unas verdades que nunca había confrontado con mi familia; por aceptar mis derrotas y separarlas del ego; por saber llevar el estar separado en medio de un amor transformado como evolución y no como fracaso; por la vuelta a estudiar; por los desenfoques y el pulso tembloroso de esos 366 videos que me alejaron por fin de esa visión publicitaria tras la cámara y por muchos más motivos. Doy gracias en el año más difícil de todos pero que, a la vez, es el que más me ha gustado vivir porque, por encima de todo, volví a tratarme bien.
A cada persona que dio alguno de los 41.000 clicks a mis videos diarios en este 2020, y a quienes son parte de esas imágenes, de esos sonidos, cerca o en la distancia; sólo quiero agradecerles por regalarme la sensación de una permanente compañía en el año en el que estuve más solo.
Feliz 2021.